Los golpes y la violencia psicológica se han normalizado al grado de que 89% de las mujeres reconoce haber sido víctima de este último tipo de agresiones. Presentamos las historias de Diana y Lorena, sobrevivientes.

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CDMX.- Diana Alba tiene 29 años y es psicóloga, activista y mamá. Apenas hace cuatro años su vida se transformó: dejó de sentirse insegura y reconoció que durante ocho años fue víctima de violencia por parte de su pareja. Ni siquiera los golpes que le perforaron el intestino habían podido separarla del “amor”.

Después de abandonar el hospital tras esa golpiza, Diana perdonó a su novio e incluso decidieron tener un hijo. Pero, dice, “los agresores no cambian”. Los golpes continuaron hasta que un día, como parte de la capacitación para un nuevo empleo, se reconoció como víctima de violencia. “Ahí empecé a nombrarlo”, agrega. Ese fue el primer paso.

Descubrió también que la violencia no es exclusiva de un sector social o educativo. “Feministas o no, tenemos ese tipo de relaciones porque así nos educaron”, afirma la activista, integrante de la colectiva Las enredadas.

La frase tiene sustento: en México, 44% de las mujeres han vivido algún episodio de violencia en su vida durante una relación conyugal, según la encuesta Panorama de violencia contra las mujeres en México 2011.

Además, la violencia intrafamiliar es la décima causa de muerte de mujeres en el país.

Se trata de una violencia ejercida en el espacio más intimo por un agresor que dice sentir amor, lo que vuelve más compleja la situación. Es por eso que, dice Diana, “las mujeres, a pesar de que tenemos el conocimiento, no podemos salir de esas relaciones tan fácil”.

A pesar de vivir violencia, “no podemos nombrarla ni identificarla”. Se vive de forma “privada”. En la mayoría de los casos, la víctima ni siquiera se atreve a comentarlo con su círculo más cercano como amigas o familiares. “Piensas: ‘No tengo qué decirle a mi amiga que este tipo me está matando porque voy a ser criticada’”.

Los números lo confirman: 90% de las mujeres casadas o en unión libre que fueron violentadas por su pareja no pidieron ayuda ni no denunciaron. Sólo 10% lo hace, pero de ellas, la mitad lo hace sólo ante organismos como el DIF o el Instituto de la mujer, que no tienen facultad para someter al agresor a un proceso judicial.

“En nombre del amor nos están asesinando”, sentencia Diana cuando insiste que las mujeres deben “desmitificar el amor romántico”; es decir, reconocer que los celos no son sinónimo de amor, ni el control de la protección.

 

Violencia psicológica, la huella indeleble

Después de que Lorena terminó su noviazgo con Martín, él le escribió un mail de despedida que incluía frases como: “Eres una puta”, “mediocre”, “ojalá te mueras”. Cuando lo leyó, no le impactó porque lo consideró como una tontería. Pero después de varios días seguía pensando en esas palabras le retumbaban en la cabeza. Comenzó a cuestionarse si los calificativos eran verdad. “Dudé de mí”, reconoce.

Ella es una mujer independiente, con un trabajo estable y afición por el arte. Él estudia un doctorado en antropología. En un principio tenían una relación abierta, pero luego Lorena cedió a la presión para comenzar un noviazgo y eso abrió la puerta para que Martín quisiera controlarla.

Después de varias peleas ella descubrió una manera de evitar la confrontación: “Le informaba todo lo que hacía en el día: ‘ya voy al trabajo; voy a comer; ya estoy en  casa’”. Él le respondía: “Gracias por contarme todo, ya estamos funcionando mejor”.

Aún así, ella tenía que cuidar lo que decía frente a él porque podía malinterpretar sus palabras y, por ende, tener más peleas.

También criticaba que usara falda o cómo se comportaba frente a los demás. “Siempre te voy a juzgar, lo hagas bien o no. Lo hago por tu bien”, le decía. Aunque ella terminó la relación un mes después, reconoce que ni siquiera debió intentarlo por las señales de alerta.

Cuando se reencontraron después de un tiempo de no verse, él le preguntó si había estado con otra persona. Y dijo de inmediato: “Si me entero de que saliste con alguien te mato, al fin que vives sola y nadie se va a dar cuenta”. Ella lo tomó como una broma esa ocasión, pero la segunda vez que lo escuchó sintió mucho miedo.

Este tipo de violencia es de las más comunes. Según la encuesta de violencia antes mencionada, 89% de las mujeres ha sido agredida psicológicamente por su pareja; es decir, ha sufrido insultos, menosprecios, intimidaciones, imposición de tareas serviles y limitaciones para comunicarse con amigos, conocidos y familiares.

 

Cicatriz de guerra

Diana tiene una cicatriz que inicia en su pecho y llega hasta el vientre. Es la marca de una laparotomía a la que fue sometida luego de que los golpes de su novio le perforaron el intestino. Tenía 21 años y estuvo a punto de morir.

Ver esa marca sobre su cuerpo la hacía recordar lo que había vivido, pero desde hace tres años ha cobrado otro sentido: “Mi cicatriz es como una marca de guerra”. Es el recordatorio de que es una sobreviviente.

Superar ese episodio fue un proceso difícil y largo. Para dejar a su ex pareja tuvo que empezar a restablecer redes, a retomar las relaciones con sus amigas y familia, porque “un agresor te aisla y al principio crees que sin él no vas a poder”. Pero Diana decidió convertirse en madre soltera.

Después tuvo dos procesos psicológicos para “empoderarme y construir autoestima”.

Lleva cinco años separada, pero “apenas tiene tres años que lo superé”. Parte de los cimientos de su recuperación está en las redes de apoyo que ha construido con otras mujeres. Desde 2013, junto con otras feministas crearon la colectiva Las enredadas, una organización para visibilizar la violencia contra las mujeres en México.

Se trata de un espacio de protesta y acción por y para las mujeres porque, dice, “el Estado no va a responder ante la violencia de género cuya expresión extrema es el feminicidio. La alerta de género no está funcionando y en lugar de estar diciendo ‘mírame, hazme caso’, apostamos a organizarnos”. Las Enredadas promueven la autodefensa como una forma de combatir la violencia contra las mujeres.

“Traer tu silbato, saber técnicas de autodefensa, traer un aparato de toques, a uno la hace sentir más segura para salir a la calle vestida como quiera. Vamos a defendernos nosotras mismas porque el Estado no está respondiendo”.

En su página de internet, promueven un manual de autodefensa, que instruye cómo actuar ante ataques físicos.

Las Enredadas han realizado manifestaciones en el Estado de México para evidenciar que la problemática existe, pero que también hay colectivos de apoyo. “Mientras seamos manada nos sentimos más poderosas”, afirma Diana.

 

Con información de Vanguardia.

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