Una de nuestras lacerantes realidades sanitarias es la de las madres adolescentes. Nada más dramático que contemplar muertes maternas en niñas que deberían estar jugando. Así estamos. Lo peor es que los esfuerzos del Estado mexicano no han generado las condiciones para disminuir el triste fenómeno.

Existen hoy las campañas en medios del Consejo Nacional de Población con un sentido adecuado en términos de alcanzar a las y los jóvenes, pero carecemos de una alineación de toda la política pública para conseguir que las niñas no resulten embarazadas. El esfuerzo debe ser liderado por el gobierno federal en su conjunto, actuando de manera decidida, a pesar de las naturales fuerzas opositoras.

Resulta sorprendente, pero existen grupos de gente conservadora que el día de hoy, en pleno siglo XXI, se oponen a la educación sexual y reproductiva de niñas, niños y adolescentes; cuando está plenamente demostrado que es la única vía por la que podremos abatir el número de gestaciones.

Dicha educación debe iniciar desde la infancia, con contenidos adaptados para cada grupo etario, pero sin decir mentiras ni verdades a medias. El concepto de educación en esta esfera implica contar con mecanismos que nos aseguren que la información está llegando de forma adecuada, que la están comprendiendo en su totalidad y que provocarán un cambio de conducta. No se trata de saturarlos de información incomprensible, sino de brindarles elementos, de forma adelantada, para que cuando inicien el ejercicio de la sexualidad lo hagan de manera responsable.

El promedio nacional de edad de inicio de las relaciones sexuales gira alrededor de los 15 años para niñas y niños, y si bien es cierto que el escenario ideal sería el diferimiento, es francamente una labor imposible, de tal forma que debemos articular campañas mucho más intensas en los menores, antes de los 15 años, con todos los contenidos relativos a métodos anticonceptivos, enfermedades de transmisión sexual y maternidad temprana. Es la única manera, no existen dudas en términos de salud pública, pero además debemos garantizar también el acceso a la interrupción de la gestación mientras logramos el anhelado descenso.

La proporción de niñas que “programan” un embarazo es francamente bajísima, de tal forma que si nos aseguramos de brindarles un acceso temprano a los métodos anticonceptivos aprobados por la Organización Mundial de la Salud y la medicina moderna para el aborto, seguramente vamos a evitar muchas muertes maternas en este ámbito y, por supuesto, la autoridad sanitaria debe actuar en este tenor independientemente de la opinión de la Iglesia católica.

Muchos países católicos han logrado estos objetivos mediante los elementos que aquí menciono, asumiendo las críticas de los religiosos. Ni modo, señores políticos, para eso les pagamos sus abultados salarios.

El escenario francamente que me da náuseas, el ver a funcionarios públicos de alto nivel, en todas las áreas del gobierno, que frente a las evidencias se quedan callados, impávidos y de forma subrepticia boicotean las acciones mencionadas en función de sus propias convicciones religiosas. Eso, señores, se llama corrupción.

Con información de Raymundo Canales De la Fuente en Excélsior

En Marie Stopes nos pronunciamos a favor de una correcta educación en salud sexual y reproductiva entre las niñas y adolescentes, así como a facilitar el acceso a métodos anticonceptivos e interrupción legal del embarazo para que las niñas no mueran, no trunquen sus planes de vida y no se extienda la pobreza.

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