Aborto: un derecho para todas.
Durante años, el movimiento en favor de que las mujeres puedan decidir sobre su cuerpo (una autonomía que implica muchas cosas, desde poder escoger si usar burka o minifalda hasta el derecho al aborto), ha tratado de desmitificar la idea de que las mujeres que abortan son brujas malvadas e irresponsables, como las que nos inventan los medios y las telenovelas. En el universo de Televisa, una mujer que aborta tendrá una muerte inminente. Curiosamente, los hombres que preñan a estas mujeres que abortan no aparecen en nuestro imaginario, ni mediático ni de la ficción, no son acusados de irresponsables y no cargan con ningún estigma. Nos niegan la información y la posibilidad de decidir, pero si algo no sale como se esperaba, la culpa y la responsabilidad es sola y completamente de las mujeres.
Desde varias esquinas de los feminismos hemos tratado de explicar que es una tortura obligar a una mujer a llevar a término un embarazo cuando el feto es incompatible con la vida, hemos tratado -muchas veces sin suerte- de hacer que la gente empatice con las víctimas de violación y con el horror que significa tener el hijo del agresor. Hemos repetido una y otra vez, que aunque el aborto es un procedimiento sencillo y ambulatorio, la decisión, y menos en un contexto como el nuestro nunca es trivial. En sociedades aferradas a una moral machista y judeocristiana como las nuestras, el aborto si no es un crimen, por lo menos sigue siendo un pecado -inventado por hombres que después se creen magnánimos al “absolvernos”-, por eso humanizar a las mujeres que deciden tener un aborto es necesario, mostrar los horribles escenarios a los que se enfrentan las víctimas de la prohibición es necesario. Pero ya es hora de también decir, que el aborto debe ser para todas, no solo para las mujeres que enfrenta violencias o situaciones médicas extremas. El acceso a los derechos no puede ser solo para las mártires.
El derecho a decidir sobre nuestro proyecto de vida debe ser para todas, y en ese marco, la maternidad no es una decisión menor. Todas las mujeres deberíamos poder elegir cuándo, cómo, y si queremos ser madres, pero para que esto suceda se tienen que juntar un montón de factores que van desde la educación sexual oportuna hasta la posibilidad de abortar (pues ningún anticonceptivo, y sobre todo, ninguna persona es infalible). El acceso a un derecho como el aborto está mediado también por la raza, la etnia y la clase social. En los países en donde está prohibido, las condiciones del aborto dependen de cuánto puedas pagar. En los países en donde el derecho al aborto está garantizado por la ley, la educación en derechos sexuales y reproductivos se imparte con la misma desigualdad de clase, y las mujeres pobres ni se enteran que pueden abortar. Todas las mujeres deberíamos tener la información y las condiciones legales y médicas para tener soberanía sobre nuestros cuerpos.
Una de cada cinco mexicanas ha abortado (18 por ciento según cifras de CONAPO). Según un estudio del Instituto Guttmacher (2009) en México se realizan un millón de abortos al año. En Colombia, al año, hay un promedio de 400,000 abortos inducidos y unos 911,897 embarazos no deseados al año, según datos de 2011. El aborto no es un evento excepcional, es parte de la experiencia de la vida de todas las mujeres. Quienes nunca han tenido un embarazo indeseado y no se han enfrentado a esta decisión, quizás han apoyado y acompañado a alguien que sí, o como mínimo conocen a alguien que se hizo un aborto en secreto.
Así que el problema no es que se practican abortos, eso es de toda la vida, el problema es que teniendo la tecnología médica disponible, las mujeres aún tienen que ponerse en peligro de muerte para para tomar una decisión sobre su vida. En México, entre 1990 y 2012 murieron 2109 mujeres por causas de aborto, el 11 por ciento de las muertes maternas en el año 2010 según cifras oficiales de la Secretaría de Salud. La crueldad de este 11 por ciento recae en que son muertes innecesarias. Por eso, el aborto no es malo en sí. Lo malo, es que sea ilegal, y que tantas mujeres latinoamericanas terminen en la cárcel o judicializadas. No se trata de reducir el número de abortos, legal o no, las mujeres deciden abortar cuando lo creen necesario; se trata de reducir el número de embarazos indeseados, para que las personas con útero funcional puedan tener una vida sexual más segura.
A pesar de los restrictivas que siguen siendo las leyes latinoamericanas, especialmente en Centroamérica y el Caribe, hemos avanzado mucho en la discusión. Chile, que tras la dictadura quedó con una de las leyes más restrictivas del continente, está pro fin en proceso de legalizarlo. Recientemente en Colombia, la fiscalía intentó perseguir a la reconocida actriz Carolina Sabino, pues en intercepciones -de dudosa legalidad- a su teléfono, encontraron una conversación privada con su hermana en la que discutían un aborto por causal salud mental; un procedimiento que desde el 2006 es legal en Colombia. Sin embargo, ni los jueces, ni la Fiscalía sabían que un procedimiento así era legal, y sin siquiera leerse la sentencia de la Corte comenzaron a hacerle un linchamiento mediático a la actriz, e incluso le filtraron a la prensa su historia clínica. Contrario a lo que se esperaba, la opinión pública se indignó con la Fiscalía. Obviamente muchos dijeron que la “actriz era una irresponsable” (como si hubiera algo de responsable en tener un hijo que uno ni quiere ni puede tener) y otros cuestionaron la causal salud mental (como si llevar a término un embarazo indeseado no afectará la salud mental de cualquiera) pero al final primó la defensa de la actriz y el Fiscal, con el rabo entre las patas, se vio obligado a retirar los cargos.
Para que las mujeres latinoamericanas podamos por fin tener abortos seguros y oportunos se necesitan muchas cosas. Sin duda, debemos exigir la abolición de todas las leyes prohibitivas de la interrupción del embarazo, pero también debemos empezar a hablar del aborto como algo que hace parte normal de la vida de las mujeres, y los hombres, pues son muchos los que se han beneficiado de que sus parejas tomaran la decisión de abortar. Hablar de manera franca y sin prejuicios del aborto ayuda a que haya un cambio social, que luego se verá reflejado en las leyes, y en el acceso de las mujeres a sus derechos. No sobra decir, que estos hombres, que no tuvieron que ser padres sin desearlo, tienen una responsabilidad ética de hablar en favor de los derechos de las mujeres. Recordemos que el problema del aborto ilegal es inventado por hombres: desdes la curia hasta los legisladores, y por eso tienen que ayudar a repararlo.
Es innegable que nuestra sociedad está cambiando. Quiero pensar que en algunos momentos y lugares de Latinoamérica, estamos listos para decir en voz alta una verdad evidente: que el aborto no es cosa solo de víctimas o de putas, que hace parte de la vida de todas, y que no hay un solo buen argumento para su restricción.
Con información de Sin Embargo.