#MeToo Es importante formar un bloque de mujeres solidarias y por supuesto, autocríticas. Lo que está en juego es la credibilidad de las verdaderas víctimas. Ellas sí se están exponiendo y mucho. No nos podemos permitir hacer acusaciones frívolas y mucho menos falsas.
Cuando tenía 10 años tuve que ayudar a una amiga de 8 a contarles a sus papás lo que le había pasado. Solo me lo platicó a mí y me entregó con ello una responsabilidad demasiado grande para mi corta edad. Afortunadamente yo tenía una mamá abogada a la que siempre le contaba todo, y así lo hice también en esa ocasión. No voy a entrar en detalles horribles. Solo les diré que el pederasta –que además tenía hijas de nuestra edad– acabó en la cárcel gracias a mi madre. Era un vecino “carismático” que siempre estaba rodeado de niñas y niños porque les compraba dulces. La única niña rara que jamás se le acercaba era yo. Algo había notado mi mamá y me había advertido. Lo mismo con otro vecino adulto que cuando yo tenía 11 me invitó a ver unos bichos con un microscopio a su casa. No fui. Yo tenía clarísimo que sin permiso de mi mamá, ni a la esquina. Le conté a mi mamá de la invitación del vecino “científico”. Me dijo: “No vayas. Y la próxima vez que te lo encuentres dile que tu mamá lo quiere conocer”. Así lo hice y el tipo no volvió a dirigirme la palabra.
También a los 11, que fui a estudiar inglés un verano a otro país y viajé sola, una maestra demasiado amable me abrumaba con regalitos. Huí de ella y fui todo lo grosera que pude porque me incomodaba profundamente. Mi madre me había enseñado que yo tenía derecho a rechazar a cualquier persona que considerara incómoda o peligrosa. Me enseñó a confiar en mi intuición y también a ser un poco paranoica. Recuerdo que más grandecita, cuando empecé a moverme sola en la calle me decía: “Si alguien te pregunta desde un coche “Niña, ¿sabes dónde está la calle tal?” síguete de frente. Prefiero que quedes como grosera a que te expongas“
Dos años después, a los 13, empecé a grabar jingles o canciones para comerciales. Era esporádico y mi madre siempre se las arreglaba para acompañarme. Una única vez, cuando ya “conocíamos bien” al dueño del estudio, a su esposa y hasta a su hija, me dejó una hora sola con él. No pasó nada grave, pero me hizo unos avances incómodos y como se lo conté a mi mamá, no volvimos a grabar ahí jamás.
Ya a los 14, estando en la escuela de actuación, le comenté a mi mamá que un maestro de ballet se sentía con derecho de darnos nalgadas para que apretáramos los glúteos durante la clase y eso me molestaba muchísimo. Su respuesta fue: “¿Lo resuelves tú o lo resuelvo yo?”. A lo que respondí: “Lo resuelvo yo”. Desde mi posición de alumna adolescente fui a hablar con la directora que a su vez puso freno al maestro. Me odió un tiempo, pero yo no quería su amor sino su respeto, y ése lo obtuve.
De ahí en adelante empecé a resolverlo todo yo, pero siempre contando con la atención, la confianza, y el apoyo incondicional de mi madre. Por eso tengo el privilegio de no sumarme como víctima al hashtag #MeToo . Me sumo amorosamente desde la solidaridad, deseando que las nuevas generaciones puedan encontrar junto con sus familias (o a pesar de sus familias) la forma de convertir el hashtag en #NotMe.
Revisando los mensajes que acompañaron en estos días al otro hashtag #YoNoDenuncioPorque, pude ver que una dolorosa constante es que sus familias no les creen. O no les dan importancia a los llamados de atención o señales de alerta.
Espero que no me malinterpreten y me manden al cajón de quienes responsabilizan a las víctimas. No pretendo quitar a los hombres agresores la responsabilidad de las cosas horribles que hacen, abusando de sus posiciones de poder sobre las víctimas (especialmente cuando se trata de niñas y niños, es de una vileza imperdonable).
Los agresores deben ser denunciados y castigados. Lo muy preocupante es que dentro del sistema de justicia, entre los legisladores, y entre los propios padres de familia, hay agresores y se protegen entre ellos. Va a tomar tiempo vulnerar estas redes de protección y mientras tanto muchas mujeres siguen en peligro.
Por eso pienso que nosotras tenemos que fortalecernos. Ser víctimas no es de ninguna manera nuestra culpa, pero sí es una condición de la que hay que salir para lograr cambiar las cosas. Tenemos que apropiarnos de nuestro poder desde niñas.
“No. No tienes que saludar de beso a los adultos si no te da la gana. Es suficientemente educado decir “Buenos días”. No le tienes que caer bien a todo el mundo. Tienes derecho a decir que no. Te creo. Te acompaño. Te apoyo“.
También es importante formar un bloque de mujeres solidarias y por supuesto, autocríticas. Lo que está en juego es la credibilidad de las verdaderas víctimas. Ellas sí se están exponiendo y mucho. No nos podemos permitir hacer acusaciones frívolas y mucho menos falsas.
Que paguen los hombres que han hecho daño, pero no podemos cobrarles a todos parejo solo porque son hombres. Necesitamos hombres aliados que también les pongan un alto a los imbéciles que no sienten respeto ni por la señora que cometió el error de traerlos al mundo. Los que hacen chistes machistas, misóginos y en muchos casos terminan mandando a sus parejas al hospital o a la tumba. Pero no deben pagar “justos por pecadores”. Para acabar con el machismo tenemos que reeducarnos todos, hombres y mujeres por igual.
Seamos responsables, seamos solidarias, y logremos que la frase #MeToo (#YoTambién) , se convierta en #Notme #NotAnymore.
Desde Marie Stopes las invitamos a apoyar a otras mujeres, a denunciar, a acompañar, a apoyar, juntas somos y seremos más fuertes.
Con información de Tiaré Scanda para Animal Político