Las experiencias que he escuchado de amigas que han abortado son liberadoras.
Es cada vez más común compartir este tipo de vivencias y hablar abiertamente del tema, porque el estigma del aborto en México poco a poco comienza a sacudirse la satanización que culturalmente se le ha construido.
La idea de una mujer que ha decidido voluntariamente interrumpir su embarazo está endemoniada en México. Por ello, durante años las mujeres se han callado sus historias por miedo a sentirse relegadas y juzgadas por una sociedad que no entiende que el aborto les ha salvado de una vida que las condena por siempre a hacer algo que no desean hacer.
«Imagínate, ahorita tendría un hijo de 11 años de un hombre a quien repudio», me platica Ana, quien abortó cuando este procedimiento aún no era legal en el país.
Abortó clandestinamente cuando tenía 16 años y no sabía ni lo que estaba haciendo. Primero se tomó unas pastillas que le dio el chofer de su novio, como estas no sirvieron contactó a un doctor a quien tuvo que pagarle más de 25 mil pesos para que le practicara un legrado.
Más de una década después de esta inquietante experiencia, curiosamente, lo que más recuerda es la liberación de no haber tenido un hijo no deseado.
Sin embargo, la experiencia pudo complicarse más, como les sucede a millones de mujeres en el mundo que viven en países donde el aborto no es legal.
Cada año se estima que 50 millones de abortos son practicados en el mundo, de estos 20 millones se realizan en condiciones peligrosas por falta de legalidad, lo que termina con la vida de 80 mil mujeres anualmente.
En México, las complicaciones por aborto representan la quinta causa de muerte materna y más de la mitad ocurren por prácticas clandestinas.
Cuando el aborto no era legal en la Ciudad de México, seis de cada diez mujeres morían debido a complicaciones por las condiciones insalubres y poco reguladas en las que abortaban.
El aborto que salva vidas es aquel que se practica legalmente. Un aborto no siempre tiene que ser un evento traumático en la vida de una mujer, si se practica en legalidad y con estándares de calidad. La concepción del «aborto» como un trauma es una construcción social. Un aborto puede ser tan traumático como un parto. De hecho, en un parto tienes seis veces más probabilidades de morir que en un aborto.
El mes de abril se cumplieron 11 años de la legalización del aborto en la capital del país y celebrar su despenalización es celebrar la salud de las mujeres. La Ciudad de México es la única entidad del país con tasa cero de muerte.
Durante años, mi amiga Ana guardó como un gran secreto su aborto. Apenas hasta un par de años pudo hablar sin tapujos de su experiencia cuando abortó. Esto empieza a romper tabús entre quienes la escuchan, porque el aborto no es una opción más que tienen las mujeres.
Cuando una mujer habla de lo que hubiera sido su vida si no hubiera abortado está compartiendo una experiencia más y hablar del tema es liberador.
Como expresa la activista, Malena Pichot: «Hay algo muy poderoso que se genera cuando las mujeres hablamos de lo que no se habla. Ahí sucede la revolución, como pequeñas disrupciones en la vida, chispazos de energía que te permiten avanzar, porque el sistema no nos ha quebrado, porque acá estamos hablando de esto, un evento más en nuestras vidas».
Mi generación será conocida como la que empezó a compartir sus experiencias sin temor a ser juzgadas por tomar decisiones para un mejor futuro. Mis amigas son las que agradecen que el aborto sea legal, que tengan la opción de elegir abortar o no. Y que si deciden hacerlo lo puedan realizar en condiciones salubres y no en la clandestinidad. Hoy las mujeres se empoderan al no tener que obligarse a truncar su vida por tener un hijo que no quieren tener y hablan de ello.
Mi generación es la que habla del aborto que les salvó la vida.
Con información de HuffPost México.