Agenda: Aborto, feminicidio.

Hace una semana se publicó un desplegado en El País firmado por numerosas agrupaciones mexicanas preocupadas por la situación que viven las mujeres en México. El desplegado se intitula, El riesgo de ser mujer en México. Comunicado feminista frente a la situación actual. Las palabras finales del documento son elocuentes: ¡Vida digna y justa para las mujeres! La ineficacia social y gubernamental ante la barbarie es deplorable. Los números exhibidos no son sólo cifras, son muertes, violaciones, vejaciones, daños físicos. Retratan victimización y muertes de mujeres, de mujeres por ser culpables de ser mujeres. Cita el desplegado:

3 mil mujeres víctimas de feminicidio entre 2012 y 2013; un millón 604 mil 976 hospitalizaciones y 771 muertes maternas por aborto entre 2000 y 2008; 31 defensoras de derechos humanos y periodistas asesinadas entre 2010 y 2014; miles de madres, esposas, hijas y mujeres huyendo cada día de la violencia y enfrentando los impactos de la desaparición forzada.

Días antes, varios periódicos y la Red reprodujeron la Voz —con mayúscula— de #NiUnaMenos, movimiento que aboga, entre otras urgencias, por terminar con las atrocidades que permiten el feminicidio: “Un minuto de silencio por todas las mujeres que mueren golpeadas, quemadas o que las matan… No nos quedemos calladas”, reza uno de los motores que convocó la semana pasada manifestaciones en Argentina, Uruguay y Chile contra crímenes sexistas.

Abortar y feminicidio en Latinoamérica y en países pobres tienen muchos entrecruzamientos. Destaco dos. Primero, ser mujer, requisito indispensable para el segundo: la posibilidad de morir. Morir por ser mujer no es delito cromosómico, es crimen de lesa humanidad.

Los números mostrados no requieren explicación. Exigen acción y modificaciones. Modificar la realidad: no existe, o es casi nulo el masculinicidio. No abogo por la defensa. Abogo por terminar con la masculinización del feminicidio. Urge poner coto a tanta incivilización. En nuestro continente las mujeres mueren por ser mujeres, abortan en nombre de la muerte y no en nombre de “la vida” como reza el eslogan de muchos gobiernos latinoamericanos.

Ni feminicidio ni fallecimientos de jóvenes por abortar en condiciones insalubres son temas de la agenda de la mayoría de los dirigentes latinoamericanos. El panorama del aborto en Latinoamérica es alarmante. Estudios auspiciados por la Organización Mundial de la Salud y grupos no gubernamentales han demostrado que ni penalizar ni criminalizar el aborto sirve. Sirve educar y orientar. Los gobiernos latinoamericanos poco invierten en educar y en informar sobre temas ingentes como sexualidad y prevención de embarazos. Nuestros dirigentes no invierten en educación porque no son educados.

Existe un vínculo directo entre la penalización del aborto y la muerte de mujeres. Cerca del 13% de los fallecimientos maternos en el mundo se deben a procedimientos inseguros, los cuales, se sabe, se practican en mujeres pobres, o incluso, en ocasiones, son ellas mismas las que buscan abortar introduciéndose objetos inimaginables en la vagina. La mayor parte de la sangre de hospitales públicos dedicados a ginecología y obstetricia se utiliza para salvar las vidas de mujeres que abortaron.

Dos cifras. Ambas aterran. En Latinoamérica un millón de mujeres son hospitalizadas anualmente para ser atendidas por complicaciones del aborto; a esos números agrego otro dato: alrededor de 3 mil mujeres pobres abortan en la clandestinidad diariamente.

Aunque el desplegado sólo se publicó en un periódico español, gracias a la Red, el mundo sabrá más de la inutilidad de las autoridades mexicanas, no por ser ellas, aunque con frecuencia sí lo son, las que utilizan las manos para matar, violar, castigar, encarcelar. No castigar, no encarcelar y permitir que jóvenes sin recursos mueran al abortar es otra forma, aunque sea sin las manos propias, de matar.

En incontables sociedades el choque entre géneros, propiciado por la connivencia social, política, policial y religiosa permite el feminicidio y fomenta la muerte de embarazadas pobres, a veces niñas. El incremento de la miseria, la estupidez de los políticos, la militarización de muchas regiones pobres, el ascenso del fundamentalismo religioso y la pérdida de la cohesión familiar son la urdimbre del feminicidio y del aborto.

Con Información de El Universal.

http://m.eluniversal.com.mx/notas/articulistas/2015/06/76884.html

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