Mientras en el Congreso chileno se debate, se pelea, se discute, se grita y se aplaude de manera silenciosa sobre si se despenaliza o no el aborto en 3 causales, algunas mujeres nos relatan cómo se interrumpe un embarazo en uno de los cinco países que no lo permite en ninguna circunstancia: Chile. “Cuando empezaron las contracciones, me asusté ¿qué pasa si hay que correr y hay que llevarla a algún lugar y nos descubren?”, reflexiona una de ellas.

“Siempre había tenido claro que no iba a ser mamá antes de salir del colegio. Soy hija de mamá soltera y lo hablábamos con nuestras amigas: que nuestro hijo llegase cuando pudiésemos mantenerlo. Por lo mismo, ahora me cuido para no tenerlos hasta que esté bien parada. Yo decidí no darle la vida, porque en ese momento era lo mejor”.

Emilia tenía 17 años cuando se enteró de que estaba embarazada. Con una situación educacional incompleta, una relación amorosa inestable y la convicción de no querer tener hijos hasta finalizar sus estudios, la idea de llevar a cabo su proceso de gestación no era una alternativa. Pese a la ilegalidad de cualquier tipo de aborto en nuestro país, la menor y su madre recurrieron a un ginecólogo de confianza. A pesar del ánimo perseguidor de la ley, ambas salieron aliviadas de la consulta. Emilia hoy tiene 24 años. En el intertanto, la legislación que prohíbe la interrupción del embarazo sigue siendo la misma.

En 1989, Jaime Guzmán (UDI) y el Comandante en Jefe de la Armada, José Toribio Merino, decidieron poner fin a casi 60 años de regulación de los abortos terapéuticos. En enero de 2017, al calor de una sala llena de detractores y defensores, fetos de plástico y megáfonos en los estómagos de un grupo de embarazadas, resurgía la posibilidad de legislar en favor del aborto en tres causales, pero antes de llegar esta opción, fueron múltiples los obstáculos para que este proyecto de ley siquiera pudiese ver la luz.

 

Auge y caída de una ley indecisa

Cuesta imaginar un Chile en que el aborto no era castigado con años de cárcel. No obstante, así fue entre 1931 y 1989, cuando bastaba con la opinión de dos médicos para ratificar los riesgos de mantener el embarazo. Desde el retorno a los gobiernos democráticos en Chile se han presentado diversas mociones para, al menos, poner en el tapete la opción de que el aborto terapéutico volviese a ser legal. En 1991, 2003, 2009, 2010 y 2012 existieron instancias de discusión, pero ninguna tan potente como la que inició el proyecto de ley de interrupción del embarazo en tres causales, que lleva dos años deambulando por el Congreso, aguardando una última resolución.

En 2016, cuando el proyecto de ley se encontraba en etapa de discusión en la Cámara de Diputados, Claudia se reunió con su amiga Sofía, que había decidido no continuar con su embarazo. “Cuando empezaron las contracciones, me asusté, ¿qué pasa si hay que correr y hay que llevarla a algún lugar y nos descubren? Lo haces con todo el conocimiento, pero también con toda la fe, porque en Chile tú no tienes la posibilidad de decir “el aborto salió mal”, enfatiza.

“Te das cuenta de que la única forma de hacer un aborto seguro y completo es con tus amigas y en tu casa. Cada vez que pueda ayudar a alguien a abortar, lo voy a hacer, siempre y cuando sea de una forma segura. Me siento mejor conmigo, hay una conexión real con otra mujer”, asegura Claudia, quien se informó respecto de cómo administrar los medicamentos que, como efecto secundario, ocasionan pérdidas en las embarazadas que los consumen. Un ejemplo es el famoso Misopostrol, que es en realidad un medicamento para las úlceras gástricas. El caso de Claudia y Sofía es más frecuente de lo que los 15 parlamentarios que votaron en contra del proyecto de ley están dispuestos a admitir. Basta con ingresar en Google el nombre del medicamento y ver la cantidad de páginas de venta e información al respecto. Este contexto permite deducir los miles de casos de mujeres que, en la clandestinidad de una casa o en la pulcritud de un pabellón, dan término a sus embarazos y enfrentan las consecuencias de vivir en uno de los cinco países que no permiten abortos, sea cual sea la razón detrás.

 

La voz de los (y las) sin voz

Con semblante serio y camisetas dobladas para que se notaran sus estómagos, un grupo de diez mujeres embarazadas detenía, por unos segundos, el actuar de la prensa aquel 25 de enero en el Congreso Nacional. Estaban serias y calladas. Se limitaron a disponer de megáfonos en sus vientres y de desplegar un lienzo que pedía “escuchar la voz del que está por nacer”. Alegando inconstitucionalidad (de un artículo de una Constitución nacida en dictadura) y faltas a la moral, el grupo de mujeres invitadas por el senador Francisco Chahuán (RN), ninguna de las cuales –por cierto- cumplía con alguna de las tres causales que se están discutiendo, marcó el inicio de una jornada de discursos por sobre el tiempo permitido, celebraciones mudas por cada voto y acusaciones de traición en plena votación.

Con diez minutos por cada intervención, el sueño y las baterías de celular sin cargar se apoderaban de la sala; incluso si el enchufe se encontraba del lado de los contrincantes, la tecnología obligaba a transar los bandos. Aquel día, el proyecto de ley de interrupción del embarazo en tres causales se sintió cada vez más cerca de ser una realidad. A pesar de que se trata del segundo trámite, y que queda pendiente la discusión de cada artículo en particular –tema que se tomará la agenda a partir de marzo-, la aprobación de la idea de legislar tuvo más de dulce que de agraz. Decenas de mujeres movían sus muñecas en señal de agradecimiento. Una, en cambio, le gritaba “traidor” al senador Jorge Pizarro, de la Democracia Cristiana, por haber votado favorablemente al proyecto de norma legal. Decían, a regañadientes, que no se escuchaba la voz del que no tenía voz.

Por su parte, quienes se manifestaban felices con el resultado final también representaban a un sector ignorado, hasta ese entonces, por la entidad legislativa. En una votación realizada por 31 hombres y seis mujeres, aquellas que alzaron el grito mudo (para no ser desalojadas de la sala) sintieron que, de alguna manera, los 28 años de prohibición absoluta podrían llegar a su fin, al igual que sus historias de aborto en la oscuridad de una habitación y bajo el consejo de una amiga médica o de un ginecólogo de confianza.

“Sofía retomó su vida al día siguiente. Es increíble cómo los malestares se van de una y puedes retomar tu vida. El cambio energético es de un cien por ciento”, reflexiona Claudia, quien no se arrepiente de haber suministrado píldoras que resultaron en el aborto de su amiga que había decidido no llevar a término su embarazo.

Por su parte, Emilia no contó con una amiga para realizarse el aborto. “Es raro estar haciéndolo, porque no sabes cómo va a reaccionar tu cuerpo; ese día mi mamá tenía que trabajar y yo estaba ahí sin moverme para que no se cayera la pastilla, es complejo hacerlo tan escondida”, argumenta.

Marzo podría ser el mes clave. Una vez retomadas las actividades legislativas tras el receso de los parlamentarios, el proyecto de ley de interrupción del embarazo en tres causales podría terminar por aprobarse, rechazarse, o modificarse en alguno de los apartados que redactó la Presidenta de la República el pasado 31 de enero de 2015, cuando el documento tenía entre sus líneas que el Estado “no puede castigar a una mujer por no perseverar en un embarazo que no desea y que la sitúa en una posición extrema”.

En México el aborto por decisión propia de la mujer es legal solo en la Ciudad de México hasta la semana 12 de gestación. En otros estados puede aplicar por diversas causales.

Con información de El Mostrador

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