La Internet en México tiene una figura humorística que se ha vuelto recurrente: las mujeres «luchonas», «cabronas» y «guerreras». Estos personajes se caracterizan por varias cosas, según algunos recuentos de la world wide web: son madres solteras, divorciadas o dejadas (sic.); juegan con hombres; se embarazaron antes de los 20 años; mantienen un hogar y se enorgullecen de ello; salen de fiesta y dejan a los hijos (o como dicen que ellas los llaman, sus «bendiciones») con la abuela; escuchan música del «feminismo musicalizado» como Jenni Rivera o Paquita la del Barrio, y son «madre y padre a la vez».

Al parecer, para los usuarios que comparten y se divierten con estos memes, el modelo moral para ser madre está muy bien definido y en él no entran la posibilidad del divorcio, de la ruptura amorosa, de la precariedad, del «descuido» a sus hijos, de la diversión o del enorgullecimiento por sobrevivir panoramas desoladores. Para estos usuarios resulta aún entendible que la procreación y crianza pende exclusivamente de la mujer. ¿Qué es lo que molesta o resulta risible de una «mujer luchona»? ¿Será, quizá, su incapacidad para considerar a la mujer fuera de los márgenes del ámbito privado?

Cuando pienso en estas nuevas formas inquisidoras, me es imposible no remontarme a la famosísima Señora, señora, himno popular mexicano (aunque compuesto por una brasileña) que se le canta constantemente a las madres, a las «luchadoras incansables» y «guerreras invencibles». El viraje irónico de los términos, por tanto, correspondería a una ruptura dentro de los márgenes de la maternidad idealizada al estilo de la «virgen María», como reflexiona Tania Tagle, «la que todo perdona y todo soporta»: la mujer esclava a su rol de madre. La existencia de burlas y señalamientos ante quien no cumple con disciplina ese rol representa un estigma que reproduce diversas formas de dominación en donde se asocia a la maternidad con el matrimonio, la heterosexualidad, la monogamia y a su vida dedicada a mantener tales condiciones.

El panorama de la sátira se vuelve aún más complejo cuando reparamos en las composiciones familiares de México. Según la encuesta intercensal del 2015 del INEGI, una de cada cuatro madres mexicanas es jefa de familia. Cuestión que resulta paradójica bajo la sombra del esquema familiar ideal matrimonial y monógamo, a la vez que se vuelve desolador cuando se analizan los pormenores del trabajo asalariado para mujeres.

Diversos estudios apuntan hacia una «feminización de la pobreza». Es decir, cuando la condición de marginalidad se potencializa con la subordinación de las mujeres en la vida pública, como asegura Irma Arriagada, la cual «les resta la posibilidad de acceder a la propiedad y al control de los recursos económicos, sociales y políticos». Esto sin considerar las implicaciones de inseguridad de las mujeres en México al querer ocupar, transitar y apropiarse del espacio público. En este escenario se vuelven incluso más necesarios los movimientos de #NiUnaMenos.

Mofarse de la «luchona» significa, otra vez, imponerse ante las decisiones de las mujeres. Implica desvirtuar y no considerar las resistencias que llevan a cabo miles en México para no esclavizarse a su rol exclusivo de madre. El señalamiento y censura de las «cabronas» expresa, a su vez, una negativa a la flexibilidad de los roles de las mujeres fuera del hogar y a concebir modelos familiares no ortodoxos, castigando a las madres que no aceptaron o pudieron mantener tal modelo. En este escenario no se considera a la maternidad como una decisión voluntaria o negociable; y se niega que las mamás (cualquiera que sea su condición civil) tengan marcos económicos y culturales que les permitan desarrollarse en otros ámbitos fuera del hogar o disfrutar su sexualidad.

Estas otras formas de vivir la maternidad, como explica Valentina Ramírez, no son particulares de cada persona, sino que atienden a condiciones históricas y sociales que permiten imaginar nuevos estilos de vida para las mujeres. En un contexto económico caracterizado por la precariedad tanto laboral como de seguridad social, resulta sorprendente reproducir juicios a quien escapa del modelo de la «madrecita santa y cuidadora». ¿No será, otra vez citando a Ramírez, que la burla a las «luchonas» conlleva un reniego de no aceptar que somos una sociedad matriarcal; que muchos de los que desdeñan son a su vez hijos de otras «luchonas»?

Las particularidades de estas resistencias penden, por supuesto, de contextos económicos y educativos; y las respuestas institucionales son complejas: aquí saltan a relucir la desigualdad económica y la urgencia de una contundente educación sexual. Debates inalcanzables. Sin embargo, reprochar y señalar las actitudes de las mujeres vuelve a silenciarlas casi sistemáticamente, a deslegitimar cualquier postura fuera de las dictadas tradicionalmente para el rol de mujer.

Y es que en este juego de parodias poco o nada se dice de la otra parte, de quien permea en la reproducción de roles, de quien encasilla, de quien abandona, de quien violenta y quien ocupa la otra parte de la gestación y crianza: los hombres.

En Marie Stopes buscamos promover la equidad, empoderar a las mujeres sobre sus derechos sexuales y reproductivos. Buscamos que las mujeres sean dueñas de sus vidas y sus futuros sin ser juzgadas, ni señaladas.

Con información de Huffingtonpost México

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