Tania tiene cuatro meses de embarazo y un dolor incapacitante. Desde el primer mes le comenzó a doler el vientre cuando hablaba, caminaba, estaba recostada, se bañaba, se alimentaba e incluso al dormir.
Sus padres, especialmente su mamá, le dijeron que exageraba, que el embarazo no dolía. Pero ella insistía, fueron al doctor, pero el médico dijo que no, que no tenía nada. Al paso de otro mes y con los mismos dolores, Tania se desmayó en el baño de su casa. Se «descalabró», y luxó la muñeca. La llevaron al hospital donde se quedó en observación. Finalmente, un médico hizo el diagnóstico: lodo en la bilis, no, no son piedras, pero son igual de dolorosas.
Los padres, el novio y todos los demás que le negaban el dolor a Tania, ni se disculparon por no creerle, por ignorarla y por violentarla. “Cuando uno se convierte en madre, hay que ser una mujer abnegada y fuerte, porque lo más importante es tu hijo, no tú”, sentenció su mamá.
Tras pasar tres días hospitalizada, con el dolor sin ceder, le dijeron que no podían hacer nada, tampoco darle algún medicamento que disminuyera su malestar. “Pero doctor, no puedo ni comer, tampoco dormir”, decía Tania.
“Pues sí, pero no podemos afectar al producto”, insistían todos los médicos que consultó en el IMSS. “No tengo dinero para ir a un médico privado, que seguro me ayudaría…me siento como un pinche contenedor de bebés, parece que mi dolor, mi sufrir no importa. Hasta hace poco mi mamá me dijo: “‘ah, pero querías ser madre, ya ves, para que sientas lo que se sufre’”, lamenta Tania entre el llanto.
“La neta, sé que mi hijo no tiene la culpa, pero me siento del nabo. Apenas voy en el cuarto mes y ya no puedo más”, lamenta Tania, quien se ve, delgada, pálida y ojerosa. ¿Su novio? no dice nada, se va a trabajar todos los días de 7 a 7 y cuando regresa Tania no lo quiere molestar.
“Dice mi mamá que a los hombres hay que consentirlos, especialmente cuando uno está embarazada porque como no podemos ‘cumplirles’ como mujeres, se vaya a ir con otra”, dice resignada Tania, quien vive en casa de sus papás, va cumplir 17 años y se embarazó sin “querer”.
Por Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana.