En esta ocasión, nuestra colaboradora Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana, nos comparte su experiencia sobre la violencia obstétrica en la sala de espera antes de tener a su primer hijo.

Recuerden chicas que nadie puede maltratarlas en las instancias de salud, y tampoco pueden forzarlas a utilizar un método anticonceptivo o esterilizarlas, todas las maternidades deben ser libres, voluntarias y elegidas, por lo que ustedes son libres de elegir el método anticonceptivo que quieren usar y cuándo. #HijosPorElecciónNoPorAzar

 

En la sala de espera y expulsiones del Hospital “De los Venados” del IMSS habíamos como 10 mujeres, la mayoría eran muy jovencitas. Mi vecina del lado derecho tenía apenas unos 20 años de edad y gritaba de dolor porque decía que su bebé ya venía en camino, recuerdo que una enfermera la vio y le dijo: “Aún te falta. No seas chillona”. Ella se retorcía en su cama y decía ya no aguanto más, pero apretaba los labios y se quejaba para adentro. “Dile a la enfermera que ya no puedes que te den algún medicamento”, le recomendé, pero ella, dijo: “Es que si te quejas menos te atienden”.

La vecina de la izquierda era una chica de unos 30 años de edad y estaba bastante tranquila, pero de pronto gritó: “Ya viene mi bebé, y comenzó a romper la fuente, salió sangre y a los 5 minutos ya tenía su bebé entre los brazos”, las enfermeras y doctores corrieron para atenderla. Se llevaron al bebé y a ella sólo la limpiaban entre las piernas. La doctora le dijo: “¿No te podías esperar tantito?”

Yo en ese tema fui bastante afortunada, nunca tuve un solo dolor (salvo un gran calambre en la pierna derecha) y mi cesárea fue rápida y sin consecuencias. Me habían programado la operación en ocho horas porque recién había comido y necesitábamos esperar.

Durante esas ocho horas pude ver el trato que le dieron a las mujeres de mi alrededor: las ignoraban, les decían que se aguantarán, que no exageraran, a cada rato les hacían tacto y todo mundo, si quería podía, levantarles las bata y ver sus genitales o su dilatación.

Me acordé de una investigadora del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), su nombre es Rosario Valdez Santiago, directora del Centro Colaborador en Investigación en Lesiones y Violencia, ella me aseguró que los hospitales de maternidad públicos de todo el país son un hervidero de abuso mental, pero incluso físico para con las parturientas.

Ella me dio los resultados del estudio denominado “El abuso hacia las mujeres en las salas de maternidad. Nuevas evidencias de un viejo problema”, publicado en 2013, que informa: 29% de las mujeres sufrió violencia en las salas de maternidad de dos hospitales del estado de Morelos.

Las agredían verbalmente, pero también las empujaron, las pellizcaban y les daban manotazos. Incluso las condicionaban: “Te damos medicamentos para el dolor, pero te ligamos las trompas en tu cesárea”, o “te atendemos de inmediato si accedes a ponerte el DIU”; incluso el número de tactos en estos hospitales fue de la asombrosa ¡cantidad de 40! El estudio entrevistó a 512 mujeres y cerca de 29% de ellas afirmó haber sido maltratada. Algunas mujeres indicaron hasta 40 tactos que fueron hechos por médicos, enfermeras y hasta practicantes.

Recuerdo que a mi más de 5 enfermeras y dos doctores me dijeron que por mi edad convenía que me hicieran la ligadura de trompas, porque como era mamá añosa (tenía 39 años) y primigesta (era mi primer embarazo) podría tener un hijo enfermo en mi próximo embarazo. Incluso, “tal vez tu niño sea Down y para qué te quieres llenarte de hijos en esas condiciones”, me dijo la quinta enfermera.

“Mi hijo no tiene Down, eso lo sé con certeza porque me hice una prueba”, le contesté. Pero ella insistió “Las pruebas fallan, mamita”. “Cómo sabe eso si en el IMSS no hacen pruebas tempranas para detectar el Síndrome de Down. Lleve todo mi embarazo en un hospital privado”, le dije ya fastidiada de que todas querían convencerme de ligarme las trompas o de menos ponerme el DIU. Ella, buena enfermera, se fue haciendo una mueca de fastidio y me contestó: “Pues te hubieras atendido allá en tu hospital privado”.

Y en eso tenía razón, me hubiera atendido con mi doctor privado. Pero ese día, cuando fui a consulta del IMSS para mi incapacidad, ya no me dejaron salir y me enviaron de urgencias a la sala de expulsión. Además, iba sola y me entró el pánico, así que me quedé allí en lugar de atravesar la ciudad para ir hasta el Estado de México donde mi doctor privado me atendería.

Y así, durante ocho horas (previas a mi cesárea) pude ver el maltrato que enfermeras, camilleros, doctores y hasta la gente de intendencia le dan a las mamás… Ya en la habitación de recuperación, fue tanta mi tristeza y desesperación (porque yo no tenía leche y las enfermeras tampoco querían darme porque según las autoridades el Hospital de los Venados está certificado como Hospital amigo de los niños, entonces fomentan la lactancia materna y no dan fórmula) por salirme que tras 24 horas de mi cesárea pedí mi alta voluntaria y me fui para nunca jamás querer regresar.

 

Con información de Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana.

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