Eran los primeros días de enero cuando estaba en el baño de un café, orinando en una prueba de embarazo por primera vez en mi vida…
“No tengo la suficiente experiencia para esto” pensaba. “A mi edad y haciendo estas cosas. Algo no cuadra aquí”.
Mientras pasaban los 2 minutos reglamentarios, pensaba en como se estaría sintiendo él afuera. Yo al menos tenía todo bajo control acá adentro, iba a ver cuantas barritas salían de esta cosa. Él estaba afuera, esperando, atenido a lo que tuviera que decir.
Llegó el momento y es algo que en ese momento no puedes creer.
¿Habré leído bien las instrucciones? Esto dice que estoy embarazada ¿REALMENTE ESTOY EMBARAZADA? ¡¿Cómo puede ser esto posible?!
Salí del baño temblando, no sabía como iba a decirle la noticia. No había forma de no entrar en pánico.
Caminé hasta la mesa donde estaba sentado. Me volteó a ver consternado, como buscando en mi cara una respuesta. Una respuesta que yo traía escrita en la mirada. Sin decir palabras me senté y le mostré una foto de la prueba de embarazo. Era positiva.
Me gustaría poder describir su reacción después de que vio la foto pero la verdad es que en esos momentos, todo mi mundo alrededor había desaparecido. Estaba embarazada.
Recibir esa noticia a tus 27 años debería de ser fácil. Más cuando estas en una relación estable, con una persona que amas y te ama; y con la que ya tenías ahorros para poder irte a vivir con ella. Pero no, este caso no era nada fácil.
Después de todos los tratamientos médicos a los que me sometí años anteriores, los doctores no me aseguraba poder tener hijos. De hecho, yo ya me había hecho a la idea que muy posiblemente no los iba a tener y hasta lo había comentado con mi pareja de entonces. Así que estar sentada ahí, dándole la noticia a mi novio no era algo que estaba esperando anytime soon.
“No puedo tenerlo, no quiero tenerlo” le empecé a decir con un ligero tono de desesperación en mi voz. Él solo decía cosas con ese mismo ligero tono desesperación. “Mis doctores me va a matar” grité entre risas de nervios.
Inmediatamente le hablé a mi ginecólogo para plantearle “el problema”. Me dijo que fuera a hacerme un estudio de sangre para estar seguros y para ver cuántas semanas tenía. Antes de colgar le dije “No lo quiero, ¿se puede hacer algo al respecto?”. El doctor solo me dijo que confiara en él, que no me preocupara.
Todo fue de un día para otro. Me hice la prueba, me dieron los resultados ese mismo día en la noche, al día siguiente fui a ver a mi ginecólogo para ver “que procedía”.
Mi razón para no tener al bebé era mi reciente estado de salud y las dos cirugías que me estaban esperando. Una en un mes y la otra en 7 meses. No había forma, aunque quisiera, de tener a la criatura. Todo eso lo discutí con mi ginecólogo, el cual, también conocía mi estado de salud actual.
El doctor me dijo que el podría hacerse cargo del asunto, pero que al ser penalizado en el Estado de México, tenía que manejarse de diferente forma para evitar riesgos de caer en un delito. También iba a costar mucho dinero, 16,000 pesos para ser exactos.
Yo no lo podía creer. Sí teníamos ese dinero, pero eran casi todos los ahorros que tenía con mi pareja. Saliendo de la cita con el doctor y prometiendo una fecha el cual no sabíamos si íbamos a llegar, me quebré. Empecé a llorar de desesperación y tristeza de que lo que habíamos juntado para nosotros, posiblemente se iba a ir al carajo por esto.
Al día siguiente fuimos a ver otra opción. Yo estaba muy terca y no tenía muchas ganas de verla. No quería ir a una clínica con doctores que no conozco. Era mi cuerpo el que iban a tocar y tenía miedo que algo saliera mal.
Fuimos a una clínica llamada Marie Stopes, recuerdo que cuando entramos, estaba llenísima de parejas esperando su turno. La recepcionista nos dijo que ese día estaban muy llenos pero que podrían darnos una cita para el lunes (era sábado). Pedimos informes, hice muchas preguntas y al final agendamos la cita para el lunes a primera hora. El precio con ellos era de 2,500 pesos, precio que sin problema, íbamos a poder costear.
Cada quien se fue a su casa después de eso. Casi no nos hablamos y el domingo no pensamos en vernos para nada. La realidad es que los dos estábamos en nuestros respectivos mundos y nunca ahondamos en el tema. Nunca supe en qué estaba pensando él. Qué sentía. Solo sabía que él tampoco lo quería. Eso en realidad nunca fue un tema a discutir. Ninguno de los dos lo quería y era necesario hacerlo lo más rápido posible.
Llegó el lunes. Los dos habíamos pedido el día en nuestros respectivos trabajos. Nos vimos en un punto medio y nos dirigimos a la clínica. Recuerdo que era una mañana muy fría, claro, era enero. Éramos los primeros, llené unas formas y ya solo teníamos qué esperar a la doctora.
En el tiempo que esperamos, la recepción se empezó a llenar de parejas de diferentes edades, clases sociales y “modas”; recuerdo a unos darks tímidos a lo lejos. Todos con la misma cara de angustia pero sin el clásico convivio de sala de espera. Cada quien vivía su miedo en silencio.
Llegó nuestro turno y entramos en un pequeño consultorio. Me hicieron una pequeña entrevista. Me preguntaron los datos personales de siempre y mis razones del porqué quería abortar. Le expliqué mi situación de salud y la doctora no reparó en estar de acuerdo con mi decisión pero siempre haciendo énfasis en que la decisión era mía y solo mía. Que en cualquier momento antes de empezar el procedimiento podría yo “echarme para atrás” y que no me preocupara en decirlo.
Yo no pensaba echarme para atrás, yo de hecho quería irme corriendo hacia delante muy lejos. También me propuso un método anticonceptivo adecuado para mi situación y la acepté.
En todo este proceso él fue muy pasivo, no hablaba, solo escuchaba. Si no llego a mencionarlo mucho en este relato, es porque su participación en todo esto fue así, nula. Solo silencio venía de su parte.
El momento llegó y todo terminó. Me sentí rara pero tranquila. Recuerdo estar en la salita de recuperación con una sabanita en mis piernas, una compresa caliente encima de mi vientre y un té en la mano cuando volteé a ver el material literario que tenían mientras esperaba la orden para irme. Tome una revista de viajes. En la portada venían “Las playas más hermosas del Caribe”. La empecé a hojear y lo primero que pensé fue “De esto me pude haber perdido. Quiero viajar. Quiero vivir. Aun no estaba lista para esto”.
Después de que la doctora me diera mis recetas médicas, indicaciones y agendar la cita para la próxima revisión, dijo que podía retirarme. En ese momento bajé las escaleras y vi a mi pareja ahí sentado, solo. Yo bajé sonriente y dándole la señal de que “todo bien”.
Salimos y le dije si quería ir a desayunar. Él me dijo que no, que se iba a ir a trabajar. Le contesté con un “bueno, te veo en la noche ¿va?”, él me dijo que no, que iba a ver a sus amigos. Ahí fue cuando me di cuenta que nada iba a ser igual…
Pasamos 6 meses más juntos después de esto y fueron los peores 6 meses de nuestra relación.
Realmente él nunca hablo de la situación y a nunca me refiero que hasta el día de hoy no tengo ni idea de qué sintió en ese momento que hizo que en su cabeza todo valiera madres. Por más que le pregunté él nunca contestó. Yo me harté de esa indiferencia, más cuando me di cuenta que desde que pusimos un pie fuera de la clínica, él nunca tuvo el detalle de preguntarme “¿cómo te sientes? ¿necesitas algo?” a pesar de que estuve mas o menos un mes sangrando. A pesar de que pasé por una cirugía fuerte un mes después del aborto. A pesar de estar anémica y agotada psicológicamente.
El abandono fue claro al igual que su negación. Los planes de vivir con él desaparecieron el día que fuimos a nuestro último concierto juntos. El día que cruzó por mi cabeza ponerle el cuerno con alguien más. Sabía que todo había terminado.
No me arrepiento de mi decisión, de hecho la finalidad de este post es agradecer la despenalización del aborto en el D.F. y haciendo puntos muy claros sobre la importancia del tener una opción accesible, regulada y económica. También mostrando que el pasar por eso no es al final una experiencia fácil y mucho menos placentera.
También para destacar la labor de Marie Stopes ya que no solo se dedican a “matar bebés” (como lo ven o dirían los pro-vida), sino que se preocupan y encargan de que la paciente salga con una opción anticonceptiva. Aparte de hacerse 100% responsables de cualquier complicación posterior al procedimiento, siempre y cuando solo acudas a ellos.
Antes de esto no tenía una posición definida con respecto a la despenalización del aborto pero es verdad que hasta que no te pasa, no lo entiendes. Ahora lo apoyo y me parece bastante obvio que sea así y tener la posibilidad de ser regulada y al alcance de todas las mujeres que lo requieran.
Yo necesitaba abortar por mi condición de salud, hay mujeres que también lo necesitan y me parece indignante que no puedan tener la opción. Opción que les podría salvar la vida y dar un mejor futuro.
Imaginen el tipo de estigma que existe en la sociedad, que no me atrevo a firmar este post con mi nombre por temor a ser señalada y criticada por mi decisión y también para proteger la identidad de la otra persona.
Es como dejar la puerta entre abierta sabiendo que se las voy a cerrar en la cara en el momento que vayan a querer entrar.
Con información de Lo que pensamos