En México, los feminicidios son cosa de todos los días. Tan sólo en lo que llevamos de 2017, en nuestro país 1,297 mujeres han sido asesinadas por el hecho de ser mujeres. Si bien la mayoría de los feminicidios aparecen como notas menores en la sección de policía de periódicos locales, otros, como el de Mara Fernanda Castilla, logran generar la reacción de miles de personas; aunque claramente no todas las respuestas siguen el mismo sentido.

Aunque no tan frecuentes que los feminicidios menos conocidos, la cantidad de casos que se vuelven mediáticos es tal que a estas alturas es posible bosquejar un patrón producido a fuerza de repeticiones: (1) el cuerpo de una mujer desaparecida es encontrado sin vida y con claras señales de violencia –incluida la sexual- que revelan un tipo muy particular de asesinato; (2) un buen número de personas manifiesta su indignación y hartazgo ante el entorno de violencia específico en que viven tantas mujeres mexicanas: organizaciones feministas o defensoras de derechos humanos convocan a marchas y manifestaciones -obteniendo respuestas, físicas y “virtuales”, cada vez más positivas-. Considerando que la mayoría de quienes conforman este grupo suelen creer y luchar por la igualdad entre mujeres y hombres, por motivos de brevedad llamemos a la descripción asociada con este grupo “feminista”.

Finalmente, (3) en sentido contrario al (2) surge otro contingente de individuos que, envalentonados por las distancias, adoptan un tono cínico o agresivo para juzgar sin empacho a las víctimas. Este grupo suele compartir la implicación o la señalización directa de que la mujer asesinada tiene algún grado de culpa en su asesinato –por ejemplo, “por qué o para qué andaba sola a esa hora” o “ella se lo buscó por salir vestida de X manera”-. La idea aquí es que la víctima hubiera podido quedarse en casa, cuidarse más o ser más recatada. El ejemplo más extremo –y en la imbecilidad- con que me he topado es la sugerencia de que esto se solucionaría si permitiéramos que las mujeres salgan armadas a la calle; una publicación incluso incluyó burlonamente la foto de una pistola rosa con florecillas estampadas en el cañón y una figura de “Hello Kitty” en la culata.

De nueva cuenta apelando a la brevedad, podemos llamar a este último grupo “machista”; su idea general es que una mexicana debe aceptar que su país es un país peligroso para ella y dejar de hacer cosas que un hombre normalmente podría hacer –como tomar sola un Cabify o un Uber-. Si bien este grupo no está organizado y no tiene una voz cohesionada, es fácil ver que la mayoría de sus “sugerencias” a las mujeres implican que éstas tendrían que aceptar vivir en riesgo o con miedo, que deberían adaptarse a los criterios de comportamiento que han determinado los hombres o que harían bien en renunciar y ceder los espacios públicos a partir de ciertas horas.

La limitación de los argumentos machistas queda exhibida cuando se considera la simpleza que caracteriza a algunas de sus explicaciones. “La mataron porque salió a la calle a altas horas de la noche” puede ser considerado como una causa cuando se lee en sentido contrafactual: es decir, cuando se lee como “si no hubiera salido a la calle a altas horas de la noche, entonces no la hubieran matado”. Es posible que haya algo de verdad en ello; es decir, que si la mujer “X” se hubiera quedado en casa –supongamos, viendo una serie de Netflix-, el taxista “Y” no la hubiera violado y asesinado.

Sin embargo, hay al menos dos razones complementarias que permiten afirmar que, ante un feminicidio, semejante razonamiento no tiene pies ni cabeza. La primera se relaciona con algo ya comentado en párrafos anteriores: este argumento es sexista, pues presupone que la mujer no es dueña de su cuerpo ni de los espacios públicos en la misma medida que los hombres. La segunda razón es que cuando se afirma semejante disparate se está ignorando por completo la red de eventos que anteceden a la supuesta causa; estados de cosas que son condiciones necesarias para que el asesinato haya sido posible. Y, contrario a lo que puede parecer inicialmente, este argumento no se sostiene ni por dos segundos.

Es muy fácil contra argumentar, por ejemplo, que, si en México las autoridades hicieran su trabajo y no hubiera machismo institucional, entonces un hombre no se atrevería a atacar a una mujer y, consecuentemente, la mujer podría salir a la calle a altas horas de la noche sin preocupación adicional a las preocupaciones que en México tienen los hombres.

Uno podría pensar que este tipo simplismos están condenados al fracaso. El problema es que en un escenario de polarización e ignorancia lo simple emerge victorioso. Los seres humanos solemos confiar en nuestras intuiciones y en la información que obtenemos por medio de nuestros sentidos. Esta fe es entendible si consideramos que nuestras capacidades cognitivas surgieron y evolucionaron a partir de su interacción con un ambiente en el que nuestra especie debía luchar eficientemente por su subsistencia. Consecuentemente, es natural que supongamos que aquello que se nos presenta como claro o como obvio tenga grandes posibilidades de ser verdadero.

 

La violencia contra las mujeres es un fenómeno complejo con raíces profundas y enredadas que tienen que ser atajadas desde distintos ángulos. En este fenómeno quedan exhibidos nuestro sexismo y relaciones de opresión, el desinterés de muchos hombres, la corrupción y la impunidad o la negligencia política, entre muchos otros. L@s feministas no pueden responder a l@s machistas con la misma divisa simplista. La forma en que se ha defendido la expulsión del periodista Jenaro Villamil de la reciente marcha por Mara es un recordatorio de que se puede simplificar y deformar una posición al extremo de fortalecer la posición opuesta.

Los críticos de Villamil pueden no estar de acuerdo con sus posiciones políticas o con su estilo periodístico; pero a este periodista no se le puede regatear su rol como aliado y como defensor de la equidad de género, desde hace años, a través de sus publicaciones en Proceso y Homozapping. Determinar si Villamil cometió un error o buscó protagonismo es irrelevante –aunque lo primero es mucho más probable-. Tampoco es importante si se le pidió o no que se retire. Lo verdaderamente fundamental es la serie de descalificaciones y amenazas que ha recibido de una minoría que no representa la lucha de l@s feministas mexican@s.

Un escenario plagado de descalificaciones es ideal para las posiciones más retrógradas y limitadas, que suelen ser las más conservadoras. Ante una escalada en el lenguaje empleado y en una arena polarizada, l@s machistas encuentran la ocasión perfecta para validar sus argumentos y “demostrar” que su posición es tan defendible apelando a razones como la de l@s feministas. En este escenario de polarización es importante recordar que la crítica, la rebelión, la fuerza y la lucha contra la opresión no son enemigos de los argumentos o con el pensamiento complejo; que lo contrario suele ser cierto.

Nuestra lucha contra los feminicidios y la violencia contra las mujeres pasa necesariamente por el fortalecimiento y empoderamiento de los grupos y red de causas feministas. El camino que los grupos feministas mexicanos han recorrido es largo y no se ve final en el horizonte, pero por fortuna son cada vez más las personas, en especial mexicanas jóvenes, que entienden y se suman a su causa. Sin embargo, en este trayecto el feminismo mexicano se ha encontrado ahora con un enemigo adicional a l@s machistas o los hombres que prefieren refugiarse en la comodidad de su ignorancia o indiferencia; a saber, un reducido grupo, molesto y llamativo, que responde al machismo en su mismo lenguaje y que con ello da armas a los verdaderos enemigos del reconocimiento de la igualdad entre mujeres y hombres.

En este sentido, una lección importante es la ofrecida por los grupos LGTBI, que desde hace algún tiempo han incluido en sus movimientos a heterosexuales a los que se les suele llamar “aliados”; personas que, por los motivos que sean, se han sumado a la defensa del reconocimiento de la igualdad de derechos y el reconocimiento de la diversidad. Análogamente, en la lucha por el reconocimiento de la igualdad entre mujeres y hombres, un elemento fundamental es la aceptación de que las mujeres son y serán el centro y la razón de ser del movimiento feminista, pero no es indispensable ser mujer para ser feminista; es decir, que todos los hombres que defiendan la igualdad deberían y podrían sumarse a esta causa.

Con información de Antonio Salgado para Sin Embargo

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