La periodista Guadalupe Camacho nos ofrece recomendaciones para consentir a nuestra vulva. Recuerda que debes revisarla para ver que no tengas alguna lesión; y ya que andamos en estas, no olvides realizarte el papanicolaou y la colposcopia una vez al año.
¿Por qué nos gusta tanto el sol? Además de broncearnos y activar la vitamina D —que sintetizamos con la piel y que ayuda a que el calcio se fije en tus huesos y dientes—. El sol sirve para matar algunos microorganismos: “sequen siempre su ropa íntima al sol, porque así aseguramos que esté más que limpia”, decían en las pláticas de educación sexual en la secundaria.
“Antes de amamantar a su hijo, sí le es posible, quítese la ropa de la cintura para arriba y asolee su cuerpo, luego dele de comer a su pequeño”, me recomendó el ginecólogo la primera vez que platicamos de consejos para amamantar. “Ponga a su hijo 10 minutos al sol antes de las 12 del día, durante 20 días, para que no se vaya a poner amarillo”, me dijo el pediatra de mi hijo en la primera consulta tras el nacimiento.
Pero hace poco, mientras andaba de copiloto por una de las carreteras del sur de California —donde el sol pegaba contundente con sus 31 grados centígrados a las 11 de la mañana—, sentí otro beneficio maravilloso del sol: es cálido con tu entrepierna, la cual casi siempre está cerrada y oscura, porque así nos enseñaron: “una niña decente nunca abre las piernas al sentarse ni al caminar”, “es mejor que cruces las piernas para que no se te vean los calzones”, “no olvides ponerte short debajo de la falda o vestido, no vaya a ser que retrates a medio mundo”… ¡ya basta, es momento de revelarse!
La vulva también, creo, requiere baños de sol, desea sentir su tibieza, descubrir su armonía cálida y juguetona. Así que ante la temporada de sol atrévete a abrir las piernas, subirte la falta o bajarte el pantalón y a gozar al astro rey. ¡No, no es albur!
Tú te lo mereces, pero más aún tu aprisionada vulva que siempre ha estado oculta del mundo y de los placeres mundanos. Así que cuando puedas broncéala en el balcón de tu casa, en la azotea, en tu recámara pero sin calzones, ni traje de baño ni nada que se interponga entre los rayos cálidos y tu piel genital.
Y ya que estás allí, dale una recortadita a tus vellos genitales —ni muy largos ni muy cortos—, revisa cómo anda la zona y si encuentras algo extraño como una mancha, verruga, lunar o peca que no estaba, acude a una revisión con tu médico.
Usa un espejo para tener una mejor visión y no tengas miedo que el sol es un gran amigo que sabe guardar todos los secretos que le confíes.
Con información de la periodista Guadalupe Camacho.