Li, la hermana menor de una de mis mejores amigas, iba todas las mañanas, a las 06:00 a.m., camino al metro Chabacano, camina tres calles y llega a la estación, transborda rumbo a la UNAM. Lo ha hecho así por más tres años.
Hace un mes, ella sufrió una agresión sexual en el trayecto de su casa al metro, eran las 06:20 a.m. y un hombre la tomó del cuello, ella comenzó a gritar, trató de escapar pero no pudo. Sin embargo, unos vecinos alcanzaron a escucharla y pidieron ayuda.
Cuando Li recuperó la conciencia, estaba tirada en la banqueta con los pantalones y la ropa interior bajada, como pudieron, los vecinos la taparon y llamaron desde su celular a su casa. Sus padres llegaron en menos de cinco minutos. Se la llevaron a su casa y allí la atendieron.
“Lo primero que me pusieron fue un óvulo espemicida y me dieron una píldora de emergencia, por aquello del embarazo, pero la verdad es que no recuerdo que me haya penetrado el maleante; lo segundo me que dieron fueron unas pastillas para evitar el contagio de VIH”, cuenta Li, en su recámara, cuando fui a verla, yo fui su madrina de 15 años y la verdad es que es como una hermana también para mí.
“Cuando mi papá llegó y me vio, actuó muy rápido, me dieron los medicamentos y me llevaron al hospital donde trabaja, allí levantaron un acta de denuncia y me quedé ingresada por tres días, la verdad ya quería volver a mi cama y dormir sin que se me quedaran viendo”, dice la estudiante de veterinaria.
“Cuando llegué a casa, mi mamá ya tenía en la recámara un par de libros de cómo sobrevivir al abuso sexual, y una tarjeta de una terapeuta psicológica, todavía no le llamo. Creo que no la necesito”, dice aliviada.
Nosotras, sus amigas y su hermana, la vemos y la abrazamos, le damos ánimo y le decimos que la amamos. “No fue mi culpa ¿verdad?», nos preguntó una noche de velada de chicas, viendo pelis y comiendo palomitas. “No”, dijimos contundente, “ninguna culpa”.
Li no quiere regresar a la escuela, sino hasta el otro año. Y su papá dice que la llevará al metro, pero tampoco quiere irse en el metro. Tras la denuncia, nadie ha sido aprehendido, nadie reconoció al señor, los vecinos no fueron a testificar, aunque fueran testigos, dicen que no quieren “meterse” en problemas.
Li es una mujer afortunada, que fue atendida rápidamente por sus padres que son doctores. Pero no todas las mujeres en México corren con esa suerte y ahora Li se siente culpable, triste y avergonzada por tanta atención que recibió y recibe.
“Acabo de leer que desapareció una chica en Edomex, no es posible ¿por qué nadie la ayudó? ¿Por qué sigo viva? ¿Tal vez tengo que cambiar de carrera y en lugar de ayudar a los animales tengo que ayudar a las mujeres? ¿Qué hago ahora con mi vida?”, me pregunta tras la bocina y le digo que se tome su tiempo.
“Todo irá bien pequeña Li, ya verás que tendrás una respuesta pronto a todas, todas tus dudas”, le aconsejamos.
Les invitamos a formar redes de apoyo y acompañamiento con sus amigas y familiares, no está de más tomar todas las precauciones posibles en todos lados, ¡Cuidémonos entre todas!
Por Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana