Por Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana

Mi papá tiene 71 años, es un señor viejo, con ideas viejas y costumbres viejas. Él es un macho. Siempre, siempre que puede me desacredita, principalmente en lo privado: “¡Yo manejo! hazte a un lado porque seguramente vas a chocar”. Y justamente fue mi papá el que me enseñó a manejar (ahh también un ex novio de nombre Juan José). Llevo 30 años conduciendo, incluso en carretera y en otros países; dos veces he chocado, pero eso no tiene valor para mi papá.

“La sopa te quedó muy salada, como todas tus sopas”, me dice todas las tardes cuando llega a mi casa a la hora de la comida. Así que decidí no ponerle sal a su sopa, ni a su guisado tampoco al arroz. Él me lo sigue diciendo… Pero cuando comemos en un restaurante se come todo, a pesar de lo salado, de lo grasoso o de lo desabrido de los alimentos.

“¿A qué hora llegas?” me pregunta por teléfono cuando salgo sola con mi hijo sin importar si llegamos tarde o temprano. Antes le contestaba las llamadas, pero ahora lo mando directo a buzón. Pero cuando salgo con mi esposo nunca, nunca, jamás llama, tampoco pregunta, ni cuestiona.

Cuando se enoja porque a su criterio hice algo mal me deja de hablar, me ignora por completo y camina rápido al pasar a mi lado.  Me vuelve a dirigir la palabra cuando se le acaba el dinero (lo mantengo desde hace más de 10 años), si tiene hambre o si necesita algo de mi. Al principio yo buscaba arreglar el malentendido, pero él siempre quiere tener la razón. Así que ahora lo ignoro.

Siempre acompaña sus descalificaciones con una mueca grotesca y una mirada penetrante. Así que suele verse intimidante, pero yo soy una mujer segura, con autoestima alta y una capacidad de mandarlo a la chingada muy sutil. Así que poco efecto hacen sus desacreditaciones. Mi padre nunca me ha felicitado por nada, ni reconoce mis logros. Tampoco me regala una sonrisa.

Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 9 años, así que viví muy poco con él. Además, durante esos nueve años poco conviví con el señor porque nunca estaba, siempre la pasaba con sus amigos, con sus amantes, con desconocidos… nunca con su familia.

Cuando llega la noche y lo veo dormir, sé que sufre por su machismo, porque ya no cabe en ningún lugar. Nadie lo quiere cerca. Mis hermanas le rehuyen, sus hermanas también. Tiene enojos diarios con las vecinas, con alguna de sus sobrinas, con las señoritas que lo atienden en el mercado. Cuenta con pocos amigos y siempre quiere imponer su criterio, sus ideas y sus deseos. Si eres mujer y lo contradices estás: “enferma”, “loca”, “pendeja”, “mensa”, “tonta” o “imbécil”. Pocas veces tiene conflicto con los hombres, porque según él: “siempre tenemos la razón. El varón es superior”.

Mi papá y yo constantemente entramos en conflicto porque yo le he ensañado a mi hijo que la familia es un equipo y todos debemos cooperar en casa para hacer la comida, limpiarla y dejarla habitable. Por ejemplo, mi esposo cocina tres veces por semana y mi papá nunca se queja de la comida que prepara él. Lo único que alcanza a decir es: “Como que a tu esposo le gusta mucho cocinar, ¿no?” Y siempre respondo, “no, lo que pasa es que él también come, entonces tiene que cocinar”. “También usa ropa, entonces tiene que lavarla y doblarla”; incluso “ensucia la casa, entonces debe limpiarla”.

Mi esposo se asombra de las acciones de mi papá y dice: “¡Qué onda con tu papá!, ¿qué le pasa?” A veces le explica que eso que hace está mal, pero mi papá hace como que no entiende, como que no oye.

Mi papá tiene 71 años y es un macho. Él lo sabe, por eso vive solo desde hace más de tres décadas. Mi papá ya está más para allá que para acá. ¡La neta! Sin embargo, hace poco conocí a otro macho que tiene menos 35 años de edad, lo escucho y lo veo todas las mañanas que dejo a mi hijo en el kinder.

“Mira la señora de allá, se ve mil veces mejor que tu”, le dice a su esposa. “Ja ja ja, me das risa con tanto maquillaje, pareces un payaso”, “para la otra le lavas mejor la ropa a tu hijo”, “Allí vas, ya vas a pedir un tamal, pues qué no te has visto en el espejo”…. detesto a este señor, pero más detesto a su esposa que no le pone un alto.

Con información y vivencias de Guadalupe Camacho, periodista y académica mexicana.

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